La curruca capirotada (Sylvia atricapilla)

Como biólogos que somos, nos gusta mucho la observación de aves y sobre todo nos gustan las pequeñas y más o menos comunes. Con esto no queremos decir que las grandes rapaces no nos atraigan, sino que sentimos una gran debilidad por los inquietos habitantes alados de nuestros bosques, campos y ciudades.

Vamos a hablar de la curruca capirotada (Sylvia atricapilla), una nerviosa y melodiosa especie a la que tenemos mucho aprecio (y algo de odio sano hacia ella, porque son muy complicadas de fotografiar). Esta pequeña ave es bastante común en bosques con matorral, sotos, campiña arbolada húmeda, huertos y parques. Presentan una «boina» que no llega a rodear los ojos, al contrario que le ocurre a las currucas mirlonas y cabecinegras. Los machos presentan una boina negra, mientras que en las hembras y en los inmaduros es de color castaño-rojizo. El reclamo es un «chec» duro y frecuentemente repetido, pero su canto es excelente, parecido al del mirlo.

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Este habitante de la espesura es muy territorial y construye su nido en forma de copa entre, por ejemplo, las hiedras. Es un ávido consumidor de insectos, a los que captura entre el follaje y en las ramitas, aunque en otoño e invierno no le queda más remedio que alimentarse de frutos como los de aligustre o la hiedra. De hecho visitan mucho nuestro jardín en esta época desfavorable a devorar los frutos de los aligustres, aunque también hemos descubierto que les gusta el queso que hemos puesto este invierno en los comederos que tenemos colocados.

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Suelen poner unos cinco huevos, con tonos verdosos o rosas y moteados, pudiendo hacer dos puestas anuales. El año pasado, volviendo de una ruta por el valle del Clamores, en Segovia capital, descubrí un nido de este simpático pajarillo y tuve la suerte de poder fotografiar la ceba de los polluelos, tras unos cuantos minutos de intento de despiste por parte de los padres que no querían dar pistas del paradero de su tesoro más importante. Aquí os dejamos alguna foto.

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La culebra de escalera (Rhinechis scalaris)

Hace unos días, iba guiando una ruta con alumnos del Instituto Andrés Laguna de Segovia, por los valles del Eresma y el Clamores y nos encontramos con un precioso ejemplar juvenil de culebra de escalera (Rhinechis scalaris) recién asesinado por una de esas personas a las que cualquier reptil les considera venenoso o nocivo para la Humanidad. Desde tiempos inmemoriales, con el mito de Adán y Eva, en el que la forma del diablo es una serpiente, nos han ido inculcando el odio a estos fascinantes seres.

No es la primera vez que observo en esta ruta ejemplares juveniles de esta especie, sino también adultos. Afortunadamente estaban todos en perfecto estado vital.

La culebra de escalera es grande y robusta, pudiendo alcanzar más de metro y medio de longitud, no existiendo diferencias en tamaño entre el macho y la hembra. No es venenosa y tiene la pupila redonda, con cabeza ancha y hocico puntiagudo. Se le denomina «de escalera» porque los subadultos y juveniles presentan una «escalera» con «travesaños» negros uniendo las líneas dorsolaterales y pequeñas manchas negras en los costados. A medida que van creciendo, la escalera va desapareciendo, quedando tan sólo las dos líneas dorsolaterales.

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Parece ser que es, junto con la culebra bastarda, la serpiente más común en ambientes mediterráneos secos y soleados, sobre todo en ecotonos (zonas de contacto) entre matorral, cultivos, praderas y sotos fluviales. Tiene actividad diurna, cazando en el suelo pequeños mamíferos, pájaros y pollos, aunque es una excelente trepadora y realiza capturas en los árboles. Los jóvenes se alimentan de insectos.

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Es uno de los animales más atropellados en nuestras carreteras, a las que se acerca para tomar calor en las primeras y últimas horas del día, por lo que lamentablemente es fácil encontrarnos sus restos en muchas de nuestras vías.

Injusta e incomprensiblemente tratadas, ya que son excelentes «raticidas biológicos», estos seres deben ser respetados. Por eso, si alguna vez vais dando un paseo y os encontráis con una serpiente, sea de la especie que sea, por favor, respetadla.

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Día de la Cacera Mayor del Cambrones

Último sábado del mes de mayo. A la salida del sol, tal y como dicta la costumbre antigua, el Alcalde de Cartas, junto con el resto de la Noble Junta de Cabezuelas (dos hombres de cada uno de los pueblos: Palazuelos, Tabanera del Monte, Trescasas, Sonsoto, San Cristóbal y La Lastrilla) se acercan al paraje denominado «La Madre», en término de Palazuelos de Eresma,  para cerrar la compuerta que deriva las aguas del río Cambrones hacia la cacera del mismo nombre. Es el día de la Cacera Mayor, en el que se ha de limpiar comunalmente el cauce de esta vital obra de ingeniería de origen medieval. Para ello, cada pueblo partícipe tiene a su cargo dos «quintos», que son tramos del curso cuya longitud está relacionada con la proporción de agua o «caces» que tiene cada uno.

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Tras cortar el agua, operación necesaria para que los vecinos de los pueblos beneficiarios puedan limpiar el cauce de restos de sedimentos, hojas, ramas, céspedes… , los miembros de la Noble Junta limpian un corto tramo de la cacera y almuerzan, para luego irse cada uno al quinto de sus pueblos. Tras este «quinto institucional», se encuentran los quintos de los pueblos, siguiendo este orden: Sonsoto, San Cristóbal, Trescasas, Tabanera, Palazuelos y La Lastrilla.

En el lugar donde empieza el quinto de un pueblo y empieza el del siguiente está marcado con una cruz y una media luna, que se cavan en la tierra con los azadones. Los peones del quinto que termina limpian la cacera hasta la altura de la cruz, después de pasar la media luna y los del quinto que comienza emprenden la tarea al nivel de ésta, pasan la cruz y siguen. Es decir, que el tramo que existe entre ambos símbolos lo limpian los dos pueblos. Es esta costumbre, la que lleva a pensar que la construcción de la cacera pueda provenir de la primera etapa de la repoblación de la provincia de Segovia, allá por el siglo XI y sería un símbolo de convivencia y colaboración entre hombres de las dos religiones. Esta hipótesis de la antigüedad de la cacera viene también respaldada por las primeras ordenanzas que se conservan, del año 1401, en las que se habla del uso inmemorial del agua y de una «costumbre antigua».

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OLYMPUS DIGITAL CAMERAVolviendo a la limpieza, lo primero que hacen los vecinos de cada pueblo cuando llegan a su quinto, es almorzar para tomar fuerzas. Tras el tentempié, es el momento de azadones, zarceros, garios y palas, herramientas necesarias para la tarea. El grupo se dirige al inicio del quinto y cavan la cruz. Los representantes en la Noble Junta son los que van mandando a los demás dónde y qué deben ir limpiando mientras recorren el tramo que les corresponde. De vez en cuando, en lugares estratégicos, los más mayores llevan la bota de vino a los trabajadores. Una vez llegado al final del quinto, se cava la media luna y vuelven al lugar de reunión para comer. Es el momento en el que los mayores recuerdan los viejos tiempos en la cacera, cómo «todos los vecinos del pueblo venían a la cacera, por lo menos los que valían para algo, a no ser por enfermedad«. «Hoy casi no viene nadie, como se ha entubado…«, «la gente nueva que ha venido a vivir al pueblo no sabe ni lo que es esto…» son lamentos que se suelen escuchar y con razón.

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Tras la charla animada, en todos los quintos se reza una oración, que viene por tradición oral y que no difiere mucho de unos pueblos a otros. Los peones se arrodillan y la persona de más edad es la que dirige el rezo. Una vez finalizada la oración, los presentes siguen hablando, bebiendo y jugando a las cartas, hasta que el agua vuelve a discurrir por la cacera cuando se abre de nuevo la presa, momento que marca la vuelta a casa.

OLYMPUS DIGITAL CAMERAAl día siguiente de la Cacera Mayor, el Alcalde de Cartas y el resto de la Noble Junta de Cabezuelas van a revisar el estado de la limpieza de todos los quintos y tratar sobre los asuntos pendientes.

Esta tradición se lleva haciendo durante siglos y la gente originaria de los pueblos la sigue viviendo como una fiesta grande y ven como una obligación su mantenimiento. Forma parte de su cultura, heredada de generación en generación y apelan al conocimiento de la misma por parte de los «nuevos vecinos» para que se pueda mantener en el tiempo. Una bella muestra de trabajo en común para un beneficio común, algo olvidado desde hace años y que es necesario conocer para conservar.

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Apuntes de etnobotánica segoviana: El espino albar (Crataegus monogyna)

Empezamos aquí una serie de entradas sobre plantas útiles usadas en Segovia. La especie elegida para comenzar es el espino albar (Crataegus monogyna). Lo más normal es que no supere los 2 ó 3 metros de altura en estado silvestre, aunque si se le poda puede llegar hasta los 6 metros o incluso los 10, con un tronco y una copa bien diferenciados.

Es un arbusto de hoja caduca, bastante frondoso y con grandes espinas de unos 2 cm de longitud. Las hojas son muy características, con 3 -7 lóbulos más o menos profundos. Suele florecer entre abril y mayo y las flores, blancas y de 5 pétalos y olor agradable, salen en ramillete. El fruto es redondo, del tamaño de un guisante, de color rojo y con un solo hueso. Esta especie es muy común junto a arroyos, linderos, bosques mixtos…

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En Segovia, según Emilio Blanco en su interesante trabajo «Diccionario de etnobotánica segoviana», esta especie se denomina de varias maneras: espino, espino majuelo, majuelo, majoleto, manjoleto o zarza majueleta. Nosotros hemos recogido los nombres de espino mantequillero en Aldealengua de Pedraza y espino manjoletero en La Cuesta.

Los frutos se llaman majoletas, manjoletas, majuelas, majuetas o mochuetas y en algunos pueblos se comían y con la madera se fabricaban puntualmente cucharas de madera. Nos contaron en La Cuesta que los husos de hilar estaban hechos de madera de espino albar. También se usaba su madera para la lumbre para hacer pan.

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En cuanto a sus propiedades medicinales, se usan sus flores en infusión, como tónicas del corazón y del aparato circulatorio. Disminuyen la tensión arterial si se tiene alta y la sube si se tiene baja. Se recogen sus flores y se secan lo más rápidamente posible en lugar aireado y a la sombra y se guardan, preferentemente en botes de cristal herméticamente cerrados.

Como hemos comentado, se toman en infusión. Se calienta el agua hasta que hierva y se apaga el fuego. A continuación se echan las flores y al cabo de unos 5-10 minutos se retiran las flores (colando la infusión, por ejemplo) y se bebe.

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Nuevo blog, fuerzas renovadas

petirrojo

 

Como bien sabéis muchos, recientemente hemos cambiado nuestra página web y en el proceso, hemos perdido nuestro blog y todas las entradas que teníamos. Quizás podremos recuperar alguna, ya que lo teníamos por escrito. Internet y sus misterios. Así que ahora hemos aprovechado para cambiar el título al blog y renovarlo, al que intentaremos de dotarle de contenido más habitualmente (en la medida de nuestras posibilidades).

Pretendemos que este blog siga siendo un lugar donde podamos ir divulgando algunas de nuestras investigaciones, lugares que conocemos, nuestras reflexiones y experiencias y datos sobre especies animales y vegetales que habitan en nuestra provincia.  En esta nueva andadura también os animamos a que participéis en el blog con vuestros comentarios, enriqueciéndolo y haciéndonos mejorar.

Esperemos que os guste.

Mar Pinillos y David Martín